Existe, en la vida de la Iglesia Ortodoxa, una práctica espiritual de la oración muy profunda: la Oración de Jesús u Oración del corazón. Esta práctica se remonta a la tradición de los Padres griegos de la Edad Media bizantina: Gregorio Palamas, Simeón el Nuevo Teólogo, Máximo el Confesor, Diádoco de Fótice; así como a los Padres del desierto de los primeros siglos: Macario y Evagrio Pontico.
Algunos la vinculan con los mismos Apóstoles: «Esta oración, dice un texto de la Filocalia, nos viene de los santos apóstoles. Les servía para orar sin interrupción, siguiendo la exhortación de San Pablo a los cristianos de orar sin cesar».
Esta tradición espiritual tuvo sus principales focos de vida en los monasterios del Sinaí a partir del siglo XV, y en el Monte Athos, especialmente en el siglo XIV. Desde fines del siglo XVIII se expandió fuera de los monasterios gracias a una obra, la Filocalia publicada en 1782 por un monje griego, Nicodemo el Agiorita y editada en ruso, poco después, por Paisij Velitchkovsky.
Esta oración consiste en una invocación incesante del Nombre de Jesús, de allí su nombre: Oración de Jesús. Ella encuentra su fuerza en la virtud del Nombre divino, el Nombre de Yahvé en el Antiguo Testamento, el Nombre de Jesús en el Nuevo Testamento, particularmente en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Aquél que invoque el nombre del Señor será salvado» (Hechos 2, 21). El Nombre es la Persona misma. El nombre de Jesús salva, cura, arroja los espíritus impuros, purifica el corazón. Se trata de «llevar constantemente en el corazón al muy dulce Jesús, de ser inflamado por el recuerdo incesante de su Nombre bien-amado y por un inefable amor hacia él», así se expresa el Padre Paisij Velitchkovsky.
Esta oración se apoya en las exhortaciones apostólicas: «Orad sin cesar…» (1 Tes. 5, 17): «Haced en todo tiempo, mediante el Espíritu, toda clase de oraciones…» (Efes. 6, 18); e incluso sobre la parábola de Jesús mostrando que «es necesario orar siempre sin descanso» (Lucas 18, 1); y sobre esta palabra de orden: «Velad y orad en todo tiempo» (Lucas 21, 36).
Dicha oración consiste en repetir sin cesar la fórmula: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador» (según Lucas 18, 38). Se trata del grito del ciego de Jericó que implora a Jesús la curación, y también de la oración del publicano: «Oh Dios, compadécete de mi que soy pecador» (Lucas 18, 13).
Es también el Kyrie eleison -Señor, ten piedad de nosotros- de la liturgia. „La forma primitiva de la Oración de Jesús, dice Meyendorf, parece ser el „Kyrie eleison” cuya repetición constante en las liturgias orientales remonta también a los Padres del desierto”.